Si estamos casados, una de nuestras principales preocupaciones debe ser asegurarnos de que agradamos a nuestro cónyuge.

Como cristianos debemos analizar todo el tiempo nuestra conducta y determinar si estamos dando frutos de vidas transformadas.

Nunca debemos tratar de adjudicarnos gloria a nosotros mismos. La gloria, hermanos le pertenece solamente a Dios.

La posición que tengamos con relación al sacrificio de Jesucristo en la cruz es un reflejo innegable de la intervención del Espíritu Santo en nuestras vidas.

Dios espera que vivamos en perfecta unidad en todo lugar donde nos encontramos.

El apóstol Pablo nos anima a que nos edifiquemos los unos a los otros. Esto significa que debemos construir las vidas de los demás, en vez de destruirlas.

Nuestra tendencia debe ser siempre hacia la exhortación, con el propósito de encontrar reconciliación, y si es posible, restauración.

Ser capaz de tener buenas relaciones con todos los hermanos y respetar sus opiniones será una muestra tangible de ser un cristiano maduro.

Debemos comprender y concluir de qué todas las autoridades que Dios ha establecido son para nuestro bien.