Como hijos de Dios debemos comprender que todo lo que tenemos, le pertenece a Dios. Solo somos administradores de los bienes recibidos.

Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos.

1 Crónicas 29:11

El pueblo de Israel se preparaba para construir el templo en Jerusalén. Salomón realizaría tal obra. No obstante, antes de partir de este mundo David se asegura que Salomón tendría todo lo necesario para terminar tal obra. David y todo el pueblo ofrendan voluntariamente de acuerdo con la magnificencia de Dios.

La palabra magnificencia significa: liberalidad para grandes gastos, disposición para grandes empresas, ostentación, grandeza. David explica que la magnificencia procede o le pertenece a Dios mismo. Pero no solo la magnificencia le pertenece a Dios, sino también el poder, la gloria, la victoria y el honor.

Dios puede ser lujoso y aún extravagante en todo lo que hace, porque Él es el dueño de todas las cosas, él ha creado todo lo visible y lo invisible. Dios no le debe nada a nadie, ni tampoco le ha quitado nada a nadie.

Como hijos de Dios debemos comprender que todo lo que tenemos, le pertenece a Dios. Solo somos administradores de los bienes recibidos. Además, es importante recordar que los proyectos de Dios se deben desarrollar con magnificencia. En otras palabras, que no se debe escatimar absolutamente nada para realizarlos con calidad y excelencia. Por tal razón siempre debemos estar dispuestos a dar con liberalidad.

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Este material ha sido escrito por el Pastor Dr. Luis M. Mendoza. Si desea hacer copias o reproducirlo, favor de contactar al escritor. Todos los Derechos Reservados.©

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